Song song and little cat
Luis Beiro - 4/17/2010
Arte.
 
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Song song and little cat
 

Director: John Woo. Duración: 20 minutos. País: Hong Kong. Año: 2006. Sinopsis: Es el último cuento del filme franco italiano “Los niños invisibles” que incluye cortometrajes de 7 famosos directores de los cinco continentes, sobre niños maltratados, abusados o desamparados. En su caso dos niñas que en apariencia, nada tienen en común se conocen casualmente. Una es abandonada en un basurero y es recogida por un mendigo que la protege y la cuida durante sus primeros 6 años de vida. La otra es fruto de un matrimonio de clase alta a punto de romperse. El inesperado encuentro entre ambas les dará un aliento de esperanza y les permitirá hacer frente a la adversidad.

En el año 2005, UNICEF Francia convocó a siete directores para hacer una película, “Los niños invisibles” adaptada a sus programas de educación cívica, a favor de la niñez. Garantizó independencia de criterios, libertad de creación y de elección de técnicas. Sugirió temas, áreas geográficos y condiciones extracinematográficas. Los artistas no trabajan con programas. Ni acuden al llamado funcionarios, ni permiten que los funcionarios los llamen para decidir lo que ellos deben hacer. Mucho menos, elegir por ellos. Los artistas venden su producto artístico para sobrevivir siempre a partir del resultado de sus propios dictados. Los artistas se dan a respetar. Al menos, cuando son artistas que saben atrapar la imagen en el instante más sublime; de aquellos que pueden volver una y otra vez sobre una historia para reconstruirla y deconstruirla hasta domarla a sus antojos. Es una lástima que algunos de los siete realizadores convocados para este empeño, hayan caído en la trampa de las buenas intenciones o del sentimentalismo barato, al trabajar con temas de toque sensiblero o intelectual. Pero de esas otras obras hablaremos después. Hoy resaltamos al hongkonés John Woo, un cineasta que en el mundo de la acción y de la proyección humana de sus personajes, no tiene nada que envidiarle a nadie.

Él escribió y dirigió el relato que cierra la película,  “Song song and little cat” que retrata el contraste de experiencias vivenciales en su ciudad natal, a través de dos niñas cuyas vidas rozan dos extremos encontrados. Dos niñas que desafían la sensibilidad humana porque son capaces de reír por encima de la crueldad y de las tensiones familiares a que son expuestas.

John Woo escogió el camino de la lucha de contrarios, y llevó al mundo de la infancia la confrontación clasista, sobre todo en el instante de la afinidad que provoca la inocencia a partir de una simple sonrisa o del recuerdo a un juguete perdido. Woo ha escrito un guión complejo y a la vez sencillo. Con él pretendió centrar en planos paralelos los elementos más sobresalientes de sus personajes. Tuvo la luz larga de no ser antojadizo. Encendió el sentimiento de esas menores con una cámara indiscreta y no se detuvo hasta mostrarle al espectador el fondo de sus corazones, marcados por la mentira y el engaño. El guión, lleno de sesgos conceptuales dichos con sencillez ejemplar, sobresale, además, por su equilibrio estético. No nos entretiene con devaneos. Sabe crecer hasta el mismo desenlace porque no fue escrito para deslumbrar. Esta es una historia filmada y sudada en la calle que nos pellizca la piel a cada instante. De esas historias que no hacen llorar porque acrecientan la rabia interior contra la degeneración del género humano.
 

                             El viejo oficio de mentir


EL AUTOR NO DEBE VERSE A SÍ MISMO COMO ALGUIEN QUE OFRECE UN FESTÍN PRIVADO.     Sergio Ramirez.
Libro. Es el proceso de convertir la realidad en imaginación.

Santo Domingo.- Quiero detenerme en una imagen que es el símil de mi oficio de escritor: un mueble. Puede que resulte un ejemplo un tanto arbitrario, pero mi abuelo materno era ebanista por afición. Del trabajo de sus manos conservo una hermosa mesa de roble, de amplia superficie y patas torneadas como airosas cariátides sin rostro que sostienen su arquitectura simple pero firme. Esta mesa, es la mesa sobre la que descansa la computadora en que escribo, los libros que consulto, mis cuadernos de apuntes.

Para fabricar un mueble se parte de una idea de árbol, el árbol que se alza ante los vientos entre la abigarrada y oscura multitud del bosque. Es necesario elegir uno de ellos, apreciar su fuste, las rugosidades de su corteza, la extensión de sus raíces, la solemnidad de su estatura, la frondosidad de su ramaje, y entonces, hay que cortarlo. Y después de cortarlo, aserrarlo en piezas, ensamblar esas piezas, darles una forma; cuidar que las junturas no dejen luces æentre juntura y juntura no puede pasar la luz, saben de sobra los buenos artesanosæ; y por fin tallar, lijar, barnizar.

Objetos, maravillas
Nada sobrevive de aquella forma de árbol, pero es el árbol. Entre el árbol y el mueble, entre la materia del árbol y la transformación de la materia en un mueble, queda de por medio la apropiación de esa materia, que es el proceso de convertir la realidad en imaginación y la imaginación en lenguaje; un proceso que requerirá de diversas herramientas, como las del carpintero que era mi abuelo: plomada, escoplo, buril. Y rigor, disciplina, sentido de las proporciones, amor de la perfección aunque la perfección se vuelva siempre inaprensible. Volver a lijar, volver a pulir. Tachar, sustituir, desechar. No dejar luces en las junturas.

También podríamos utilizar el ejemplo de una prenda de vestir, que me permite hablar de los procedimientos ocultos, esos que nunca pueden exhibirse a los ojos del lector porque conspiran contra la credibilidad del artificio, como serían las costuras de un traje. O el revés de un bordado. Voltear la tela al revés para examinar las costuras, es solamente un vicio del lector que lee como escritor y quiere ver la calidad de las puntadas, o la trama de revés de la tela, donde se esconden los secretos del procedimiento. Pero ésta es una deformación del oficio, que no le deseo a nadie que emprende la lectura de un libro por el gusto y el placer de leer, que es, al fin y al cabo, la razón de que existan los libros.

Entrar en la lectura de un libro es entrar en la novedad que no debe ser mancillada. La costumbre, la familiaridad, terminan matando la sensación, o la ilusión de novedad, cuando uno lee como escritor para advertir los procedimientos, las mecánicas de relojería del libro, sus costuras, la trama al revés del bordado. Es la misma familiaridad  que permite descubrir, en la sala de la casa ajena que nos ha seducido la primera vez, tras repetidas visitas, las sombras de humedad en las paredes, la rotura de la alfombra, la insistencia de la presencia de determinados objetos que si nos maravillaron al principio, ahora nos resultan demasiado pobres, un desorden y un descuido que antes no estaban allí. Es la desilusión de la intimidad la que se apodera del ánimo, y en esa desilusión empiezan a habitar también ruidos, voces, olores, con su presencia incómoda.

En la introducción de Tom Jones, “Minuta para el festín”, Fielding advierte que el autor no debe verse a sí mismo como alguien que ofrece un festín privado, sino como el patrón de una fonda donde todos los clientes son bienvenidos porque pagan. Si se trata de una comida privada, los invitados nada podrán protestar contra aquello que se les sirva. Por el contrario, el cliente de la fonda tiene el derecho de exigir de antemano la carta, para saber qué puede esperar. Y sólo hay allí un plato a escoger: la condición humana; el huésped no deberá ofenderse porque tenga una escogencia única: más fácil sería para un cocinero agotar todas las especies animales y vegetales en una multitud de platos, que para el novelista agotar todas las variantes y variables de la condición humana. Lo demás, es asunto de cocina.

Nadie debe penetrar en la cocina. Pero sólo del autor dependerá que esa presencia, con sus ruidos, sus cacerolas sucias y sus desechos, deje de ser obvia a lo largo de toda la lectura. No hay nada más decepcionante para quien se sienta en la fonda de Fielding que una mirada, aún involuntaria, al interior de esa cocina cuando en el ir y venir de los camareros la puerta voladiza deja percibir el desorden de adentro, señales molestas de lo inacabado, de lo imperfecto. O de lo fallido.

Eficacia
De la verosimilitud de los procedimientos es que depende la eficacia de la narración. La congruencia. Nadie olvidó nunca después de los siglos que Cervantes a su vez olvidó que a Sancho le había robado el borrico en la Sierra Morena el famoso ladrón Ginés de Pasamonte, librado de la cadena de galeotes por Don Quijote, y que en el siguiente párrafo del mismo capítulo aparece Sancho montado a la mujeriega en el mismo borrico. En la II Parte de “El Quijote”, Cervantes quiere desquitarse de su error, y el Bachiller Sansón Carrasco le pide a Sancho que explique el olvido. Pero vuelve a errar Cervantes cuando habla Sancho y cuenta otra vez, como si fuera una novedad, quién le había robado el jumento, algo que ya sabemos.

  Pecata minuta. Gotas de olvido en un mar inconmensurable de memoria. Pero los olvidos que se vuelven incongruencias perturban el deseo de participación del lector, causan malestar, despiertan impaciencia. Recuerdan el artificio, dejan entrever los afanes de la cocina. Una mosca en la sopa en la fonda de Fielding. Y la suma de olvidos, incongruencias, desajustes de tiempo y lugar, ausencias, errores aún los sintácticos y los ortográficos demuestran la inconstancia y la falta de pericia en el manejo de las herramientas y en el uso de los materiales. Exhiben el no saber.

Artículos extraidos del periódico Listín Diario digital, en fecha 17/4/2010.

 

 
 


 

 
 

"Cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones por las cuales sonreír” "Facundo Cabral"



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